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IFS - CCHS (CSIC)
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He aquí una muestra del poder de los palabros anglófonos, esos a través de los que parece que decimos algo -incluso cuando les damos la vuelta-, como es el caso, aunque no necesariamente. También ocurre con otras fonéticas, sí. En la que ahora nos atañe, llevamos tiempo hablando de imaginarios sociales genéticos, aguantando los estilismos de las dobles hélices –algún día las veremos desfilar por pasarelas de Dior o Channel…-, lidiando con las multiplicidades de nuestras vidas divididas en medicamentos, cirugías, cremas, pruebas, cultivos… que sí: fomentan una seguridad vital, a alguna comunidad quizás. Pero que pronto se paga diluida cuando te llega la hora, cuando desde una cama extraña oyes a tu familia debatir si ponerte la sonda o no, cuando el trato del dolor ya no depende de ti, o ya no puedes expresar tus dolencias. El cuerpo que era, el cuerpo que practicabas, ha pasado a ser un objeto que no controlas. Pero te siguen hablando de vida. Curioso.

Siempre comentamos, “veamos el telediario”, aún sabiendo que no es más que esa nueva especie de sucesos, que nos enfrenta día a día a poblaciones destruidas, epidemias, virus, cuerpos despedazados, tamiflu, biobac, etc. Como señala Achille Mbembe, estas formas de dominación que generan mundos moribundos, formas de existencia humana vacías y muertes vivientes. La vida comienza a articularse entonces en materialidades que fluyen y llegan a ser implantes, cultivos, terapias, etc., donde las biopolíticas se focalizan en la gestión, transporte, conservación y producción de dichos fragmentos. La subjetividad pasa a ser una abstracción que se congela, se transfiere, se extrae, se fotografía, se cultiva. Y la vida no es más que espejismos de consumo atemporales (óvulos, píldoras, blastocistos, ecografías, esperma, órganos, cultivos celulares, cremas, luces de bombardeos) que desdibujan lo, paradójicamente, hiperrepresentado (‘la mujer’, ‘lo femenino’, ‘lo masculino’, ‘la edad’, ‘la guerra’) y cuya circulación sobrevuela leyes blancas redundantes, arcaicas o llenas de vacíos. De ahí, que hablar de biotecnologías y biosocialidades, sea tremendamente impreciso sin tener en cuenta los espacios que se generan entre bios y zoe, cómo se retroalimentan y bajo qué intereses.

Bajo la angustia esquizofrénica en la que vivimos según Deleuze, son varias las estrategias hegemónicas que posibilitan y favorecen tanto el delirio paranoico como el colapso o ‘suicidio creativo’. De ahí, que sea fundamental gestionar el no colapso o el propio hundimiento personal, mediante el ensamblaje con otros engranajes maquínicos: aquellos que vayan en una misma dirección de descodificación revolucionaria. A través del no reconocimiento de las patologías psicológicas, el ‘sujeto trabajador’ comenzó a fracturarse a finales del siglo XX, siendo subestimadas sus dolencias bajo cada vez más diversas formas de explotación complejas e invisibles. Sobre él seguía recayendo la responsabilidad de reproducir el orden establecido incluso en periodos de crisis global. No sólo las mujeres, si no también aquellas minorías que viven en sus cuerpos la marca de la diferencia, donde su vulnerabilidad les imposibilita el acceso a los derechos fundamentales y salir de la precariedad en la que viven, que a la vez, retroalimenta su vulnerabilidad. En ningún caso, se plantea que el denominado simulacro sea menos funcional que la autenticidad. Es más, ante esta cuestión, se tiende a caer en un escepticismo en el que parece que sólo se puede vivir en simulacro de acciones vacías de afectos. Algunas obras plantean precisamente esa tensión entre ser consecuente con una identidad ‘honesta’ y, a la vez, mantener su puesto de ‘trabajo’, o su aceptación social.